miércoles, 26 de noviembre de 2008

El negro os sienta tan bien

















Es un día claro de invierno. Una luz fría se recuesta sobre las tumbas del cementerio del Este. Entre la verticalidad de las lápidas medita un hombre: un periodista enfundado en un abrigo de paño negro con los cuellos volados. Tiene la expresión adusta y la cabeza encorvada. Sus manos largas están tostadas por el sol y sus gestos, suaves, transmiten sosiego.

Nació en Madrid, en el barrio de la universitaria, hace ya más de treinta años. Cree en el sol, en la obstinación y en el hombre. Es hijo de una artesana y un contable. Hasta ahora ha sido bien poca cosa: empleado de un agente marítimo, redactor en la sección de local de un diario en quiebra, trompetista de reemplazo. Acaba de recibir una noticia pésima: va a morir dentro de tres años. Por eso acude al camposanto a dejar caer allí su meditación:

“Para quien pierde su vida, nada hay donde aferrarse, y ningún lugar donde la melancolía pueda salvarse de sí misma”.

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