domingo, 4 de febrero de 2007

Gutiérrez



Al inicio de la tarde el viento frío se levanta por la castellana entremetiéndose por entre la camiseta y el pantalón de la hinchada. Otro domingo que en lugar de disfrutar de un partido de fútbol, hay que ir al tajo.
Cerca de concha espina se puede observar como el terreno de juego está cercado por cuatro vallas amarillas, un buen número de luces de obras parpadeantes y once palancas retroexcavadoras. El césped llano por el que antes se escuchaba el susurro de un fado portugués es ahora tan transitable como un arrozal. El medio campo que antes servía como escenario, se parece más a un patatal chipriota, a un campo recién levantado, con hormigoneras y obreros con casco por encima. En el Real, desde que en junio comenzó la obra con los patronos, en lugar de deportistas se reclutan peones. Tipos más acostumbrados al olor del aceite que al papel couché. Si antes el verde cosmopolita madridista estaba decorado con estilo británico, cerámica argelina y se hablaba en portugués, ahora es un amasijo de hierros, una babel, un montón de escombros repartidos entre las filas de cemento. Como si el trote cochinero de michel salgado se hubiera levantado por encima del exotismo explosivo de ronaldo. Al mando de la faena, un tipo mustio cincelado en turín, reparte órdenes y escupitajos a partes iguales. Es capaz de mandar cuando empieza el partido al ingeniero de caminos, un inglés licenciado en Manchester, a por un bocadillo de calamares. De la misma forma que envía a su mejor soldado a hacer la mili a pamplona, enjaula en una banda al jilguero Robinho o se saca de un plumazo al estibador Julio, y lo intercambia por una réplica de la figurita sevillana de lo alto de un televisor. Queda poco para que una cuadrilla pase el tiempo perdido en la esquina de padre damián, jugándose los cuartos a los dados, porque el capataz les ha sorprendido intentando hacer un regate.
Sin embargo, el torneo es un atractivo tablero repleto de trampas en donde se gusta el intercambio de recetas de fortuna. Allá donde cae el primer oficial, surge Guti ataviado con la escuadra y el compás, dispuesto a intercambiar mérito por geometría. Ya en el centro del campo con la batalla llena de balas, Guti se despojará de la capa y sacará sus prismáticos: calculará la trayectoria del viento, ordenará milimétricamente las líneas del equipo. Con el tiempo, cuando el barro se agarre al calzón blanco, instigará al contrario a la búsqueda de la bola en su mesa de trilero. Para cuando el medio contrario levante el vaso escogido, Raúl ya cabalgará la banda con el billete entre los dedos.

Capitán Akab