martes, 23 de diciembre de 2008

La joven tenista


La joven tenista ejerce en elfarolero la misma seducción que los aventureros atezados que vuelven de los trópicos guardando un secreto extraño e incomprensible. La mira conmovido y sólo lee en ella una punta de iceberg en forma de diadema que esconde siete octavas partes de misterio y melancolía detrás de una piel pálida, casi cristalina. A veces acusa algún gesto de padecimiento, el estilo grave en sus ojos de avellana, una sonrisa tímida colgando de sus labios tumefactos…
Pero el hombre del farol sigue confuso, en su páramo roído por el sol, mirando pasar las palomas deslucidas, soñando con regalarle una piruleta de caramelo de fresa con forma de corazón

jueves, 11 de diciembre de 2008

El joven Tazio













Adelgazado por la tela oscura, el rostro fino y joven, recién afeitado, cuidadosamente rapado, el cuello italiano blanco y la estrecha corbata negra, con ese aire de Nazarín endomingado. Se apareció como era, es decir, muy guapo. Y comprendió entonces que la abuela amaba físicamente a su nieto, estaba enamorada de su gracia y de su fuerza, y que su debilidad por él era, después de todo, muy común. Esto contribuía a hacer el mundo soportable: se trataba de la debilidad ante la belleza.

El Farolero

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El negro os sienta tan bien

















Es un día claro de invierno. Una luz fría se recuesta sobre las tumbas del cementerio del Este. Entre la verticalidad de las lápidas medita un hombre: un periodista enfundado en un abrigo de paño negro con los cuellos volados. Tiene la expresión adusta y la cabeza encorvada. Sus manos largas están tostadas por el sol y sus gestos, suaves, transmiten sosiego.

Nació en Madrid, en el barrio de la universitaria, hace ya más de treinta años. Cree en el sol, en la obstinación y en el hombre. Es hijo de una artesana y un contable. Hasta ahora ha sido bien poca cosa: empleado de un agente marítimo, redactor en la sección de local de un diario en quiebra, trompetista de reemplazo. Acaba de recibir una noticia pésima: va a morir dentro de tres años. Por eso acude al camposanto a dejar caer allí su meditación:

“Para quien pierde su vida, nada hay donde aferrarse, y ningún lugar donde la melancolía pueda salvarse de sí misma”.

martes, 18 de noviembre de 2008

Gracias por fumar










Lo que más me gustaría ahora sería desaparecer. Escapar a otro lugar, mudar de recipiente, conquistar distintos amigos, nueva familia. Evaporarme de esta charca para que no puedan rastrear mis humedades en la caja de ahorros, ni en la agencia aseguradora, ni en la compañía distribuidora de luz. Aspiraría a rajar la ropa, dar de baja el correo electrónico, regalar los libros y hacer una hoguera con mis sillas Le Corbussier de piel de potro. Sería de valientes despuntar el bolígrafo, estrellar el utilitario contra el gimnasio y rasgar los inservibles títulos académicos. Dejar caer el televisor desde el balcón, pisar los cedés con las botas de montaña y sí, enviar a la papelera de reciclaje todas las copias de seguridad. Tendría su mérito. Bajaría de dos en dos las escaleras y saltaría el nombre del buzón con un destornillador. Con cada acción desanudaría un nudo de la trama de mi existencia y quedaría suelto, ligero, vacío de posibilidades… Me arrancaría mis virtudes como el que se arranca la piel a tiras.
He descubierto que la autodestrucción es una brillante forma de fracasar.



El Farolero

martes, 11 de noviembre de 2008

Los malos hábitos







Hoy voy a ser sincero. Siempre he tenido, sin grandes esfuerzos, éxito con las mujeres. No digo conseguir hacerlas felices, ni ser feliz gracias a ellas, me refiero al éxito sin más. Soy capaz de vender a cualquiera de mis padres por una aventura de diez minutos con una mujer bella aunque luego me pase diez años lamentándome amargamente. Naturalmente existen reglas. La mujer de un amigo es sagrada. En este caso hay que dejar, con toda sinceridad, de ser amigo del tipo algunos días antes. La sociedad me aburre extraordinariamente, las mujeres nunca. Con frecuencia me sustraigo del mundo si una mujer imponente pasa frente a mí.
Eso sí, esta afición por las mujeres termina creándome numerosos problemas.

martes, 21 de octubre de 2008

En la costa de Hawaii también hay marejadas




El capitán le vio entrar y no dijo nada. Le cobró, eso sí, cuatro veces lo acostumbrado. Sólo después de comprobar el dinero le condujo a su camarote. El rey del rock & roll entró y trató de encerrarse, pero la puerta no tenía llave. La pútrida voz del capitán murmuró que las celdas nunca se cierran por dentro…
Y zarpó el barco.
Ahora llega el momento de la marea. El mar se rebela en una terrible tempestad y sacude la embarcación con un violento oleaje. El barco está a punto de deshacerse: no quiere sostener la carga maldita. En cubierta el viento aúlla, los hombres braman, el mástil cruje. Elvis Aaron Presley se aferra al pretil para ver el mar pero no distingue más que espuma: el cielo se oscurece y el agua verde se torna mercurio.
En ese momento, como una pantera rugiente, se abalanza sobre él una ola gigante de proa a popa que se lo lleva a lo hondo, sin poder decir: Love me tender, love me sweet, never let me go…

El farolero

lunes, 20 de octubre de 2008

La vida en Tattooine






La mañana era desapacible. Una ventisca de sulfatos sacudía las ramas de los árboles y subía la arena del suelo hasta estrellarla contra las paredes de la nave espacial. Cada sesenta segundos el aire se introducía por los conductos del aparato y arrastraba un sonido sibilante que parecía alcanzar todos los espacios del sector.

Sánder estaba desesperado. Se asomó con dificultad a la puerta de salida y selló los ojos para preservarlos del viento. El aire era fogoso, asfixiante, obstinado contra el armazón lateral. Sánder sorbió residuos de salitre y regresó adentro.

Aislado en ese planeta de sílice sólo cabía esperar. Sombrío, repasó con el sextante las rutas anteriores en el panel sinóptico. Despreció en silencio su suerte. Observó la cúpula. La atmósfera era sabulosa. El sol se ocultaba tras una gaseosa de partículas rojas y naranjas. Su resistencia supuraba un naciente desánimo.

El Farolero