martes, 21 de octubre de 2008

En la costa de Hawaii también hay marejadas




El capitán le vio entrar y no dijo nada. Le cobró, eso sí, cuatro veces lo acostumbrado. Sólo después de comprobar el dinero le condujo a su camarote. El rey del rock & roll entró y trató de encerrarse, pero la puerta no tenía llave. La pútrida voz del capitán murmuró que las celdas nunca se cierran por dentro…
Y zarpó el barco.
Ahora llega el momento de la marea. El mar se rebela en una terrible tempestad y sacude la embarcación con un violento oleaje. El barco está a punto de deshacerse: no quiere sostener la carga maldita. En cubierta el viento aúlla, los hombres braman, el mástil cruje. Elvis Aaron Presley se aferra al pretil para ver el mar pero no distingue más que espuma: el cielo se oscurece y el agua verde se torna mercurio.
En ese momento, como una pantera rugiente, se abalanza sobre él una ola gigante de proa a popa que se lo lleva a lo hondo, sin poder decir: Love me tender, love me sweet, never let me go…

El farolero

lunes, 20 de octubre de 2008

La vida en Tattooine






La mañana era desapacible. Una ventisca de sulfatos sacudía las ramas de los árboles y subía la arena del suelo hasta estrellarla contra las paredes de la nave espacial. Cada sesenta segundos el aire se introducía por los conductos del aparato y arrastraba un sonido sibilante que parecía alcanzar todos los espacios del sector.

Sánder estaba desesperado. Se asomó con dificultad a la puerta de salida y selló los ojos para preservarlos del viento. El aire era fogoso, asfixiante, obstinado contra el armazón lateral. Sánder sorbió residuos de salitre y regresó adentro.

Aislado en ese planeta de sílice sólo cabía esperar. Sombrío, repasó con el sextante las rutas anteriores en el panel sinóptico. Despreció en silencio su suerte. Observó la cúpula. La atmósfera era sabulosa. El sol se ocultaba tras una gaseosa de partículas rojas y naranjas. Su resistencia supuraba un naciente desánimo.

El Farolero

sábado, 18 de octubre de 2008

Cuando vas con el malo....



La verdad es que no me convencen las historias de superhéroes ni en el comic ni en el cine, ni en el telediario. Y la primera de Batman con el rollo tibetano aquel y Katie Holmes en plan guapa-lista pues no sé que decirles, pero creo que este chico Heath, al que Beijing Chic ha dedicado y (tocamos madera) su única necrológica, ha hecho no sé si una obra maestra pero desde luego sí una de las interpretaciones más redondas que he visto en mi vida. La escena del hospital, la charla de dentro y la explosión de fuera, es de los momentos más alucinantes que he visto en una sala de cine. No me acuerdo exactamente de lo que decía la enfermera de los ojos ahumados pero me dejo flipada. Y a nuestro crítico de cine también... y eso si tiene mérito.



EL NIHILISMO LÍRICO DEL JOCKER
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El nihilismo lírico del Joker

De la recuperación de Batman en El caballero oscuro de Christopher Nolan destacaría, por encima de todo, a su antagonista, el maníaco desalmado e implacable conocido como Joker. Y no porque Heath Ledger, el actor que le prestó los abdominales, los ojos vidriosos y la lengua viperina fuera hallado en su apartamento de Manhattan inflado de barbitúricos y se convirtiera en cuenco de lágrimas de jovencitas, sino por la profundidad filosófica y el penetrante atractivo del último personaje que vistió.

Las tablas del novísimo Batman se cimentan en un espacio romántico, a partir del cual, la labor del héroe no se limita a crear un mundo justo ni a exaltar la belleza del bien por sí solo, sino que trata de definir una actitud: el comportamiento como ética. De ahí que la nueva Gotham City se construya como una ciudad costera, abierta, transparente y luminosa en contraste con las fuerzas que la pueblan: el héroe ensombrecido, su lóbrego contendiente y toda la morralla atribulada que los acompaña caracterizada en maderos, delincuentes y anodinos picapleitos.
En este escenario propio del siglo XXI, Dios no existe. Lo han suplantado dos hombres cuyo último destino es colocarse a la misma altura que él. Por un lado, el ambicioso industrial Bruce Wayne, convertido en rebelde romántico tras la tragedia infantil, apunta en la dirección de la justicia y el orden. Por otro lado, el enigmático Jack Napier, convertido igualmente en rebelde romántico por un misterioso pasado, apunta en la dirección opuesta, al crimen y al caos.


Joker concluye la inexistencia de Dios por su indiferencia ante la maldad y la crueldad del mundo. Si Dios mata y niega al hombre, nada puede prohibir que él mate o niegue a sus semejantes. Para Joker la naturaleza es la libertad extrema, sin el freno de la ética, la religión o la ley. Su objeto es la búsqueda del placer personal como principio más elevado. Si el hombre murciélago reivindica el bien que hay en el hombre, es necesario convertir este bien en irrisión y elegir el mal. Debe de consagrar su existencia al proselitismo del crimen.

El héroe fatal, disfrazado de payaso, equivoca el bien y el mal por su metafísica y sus cicatrices. Se ve forzado a corromperse por la nostalgia de un bien imposible. Es una corrupción con clase, estilosa, se diría incluso con cierta poesía. Todo el mundo sabe que para ser admitido como poeta no hay que dislocarse la muñeca, ni condenar el balompié, ni vestir bufanda roja. John Milton afirmaba que para convertirse en poeta bastaba con ser maldito: “Adiós esperanza, pero con la esperanza, adiós temor, adiós remordimiento… mal, sé mi bien”. En este sentido, es evidente la creación de la identidad de Joker por medios estéticos, “morir y vivir delante de un espejo”, decía Baudelaire.

Un personaje maldito requiere un público, una necesidad de atención desbordada. Los demás son el espejo, por eso no duda en reproducirse hasta la saciedad, en exhibirse, incluso en televisarse. El maldito está siempre obligado a asombrar, perpetuamente en ruptura ante el mundo que lo contempla atónito.

Para Joker, si no hay virtud en el mundo tampoco hay ley. Es decir, todo está permitido. He aquí su nihilismo, la negación de todo principio, autoridad o dogma. El propio personaje declara que las leyes contra los ladrones son vanas: protegen a los ladrones originales, los ricos, los poderosos, contra los pobres que no tienen más remedio que robar. Argumenta que el estado no tiene derecho a prohibir el asesinato, ya que provoca asesinatos en forma de traiciones, ejecuciones y guerras… el nihilismo parece concluir así con un trasfondo utópico… pero no, Nolan, en un plúmbeo ejercicio de acción y efectos especiales con motos voladoras y ayudantes del fiscal martirizadas, lo resuelve en terrorismo, en la negación total por la bomba y el revolver, no sea que al final alguno prefiramos al payaso…

Guillermo T. Coyote


domingo, 5 de octubre de 2008

El que la hace la paga







El automóvil alcanzó la esquina de la mansión de los Jenkins y se detuvo. Algunos vecinos se apiñaban en la verja hasta el punto de que formaban una multitud. Entre ellos se abrió paso el detective. Después de mostrar la placa al agente de guardia recorrió los escasos cien metros hasta el jardín, donde se encontraban los muchachos. Pudo ver entonces a la señorita Jenkins tendida sobre la hierba, toda arropada con sangre reseca. Innumerables balazos le agujereaban el cuerpo y la cabeza. El detective se sintió bien con todo aquello. En cierta manera se alegró de verla muerta a dos pasos de la piscina. Fue el suyo un contento apacible, un alivio de alguna presión imposible de especificar que sentía en los hombros y en el pecho. Le relajó aquella muerte espantosa. Su mente se extasiaba con la antipatía hacia los demás y su cuerpo también. Jenkins físicamente era bella, asquerosamente rica, tenía una gran personalidad y disfrutaba de los hombres hasta en el tazón de los cereales. Razones de sobra para sentir una euforia clandestina ante una muerte horrible. La señorita Jenkins había muerto para que él viviera.