miércoles, 11 de octubre de 2006

Alatriste Film




Con franqueza, creo que el cine español falla, y no sólo en credibilidad. Después de (que me obligaran a) ver la película Alatriste, realizada con un presupuesto de 26 millones de euros y un reparto con lo más nombrado de la interpretación española, se intuye que, por lo menos, ya no me podrán repetir aquello de que si tuvieran dinero y medios podrían hacer buen cine.
Cuando al fin los jerarcas del cinema tratan de superar las banales historietas postjuveniles que hemos padecido en las pantallas los últimos tiempos y se plantean realizar cine épico, recreando (¡aleluya!) una época que no sea la guerra civil, aflora un exabrupto hediendo a palomitas. Esta película de grandes almacenes nos ha sugerido la misma imagen que nos transmite un gordinflón encendiéndose un puro con un billete de 500.
Y es que, en el cine patrio, hasta las historias más realistas resultan inverosímiles.
La película es un tostón desde la primera secuencia. Tiene la culpa un argumento mediocre, sin sentido ni cohesión, que carece de continuidad dramática, repleto de saltos temporales y amenizado con un ritmo desesperante. Se entremezclan el desamor, el poder, el honor y el destino por medio de un antihéroe que lucha por no se sabe qué, a favor de una patria que le putea pero bien. Pretende ser un duro drama que retrata la vida de los valerosos soldados del siglo de Oro despreciados por gobernantes acomodaticios, y acaba siendo una ensoñación sobre prehistóricos geos a la que se le añaden un par de historias de amores imposibles que se podrían resumir con la consabida escena de cama y un bostezo. Tampoco ayuda que cada dos secuencias nos condenen a mirar un enconado combate de espadachines en el que muere alguno de los personajes muy violentamente, ahogado en un charco de primeros planos, con un poquito de sangre digital y otro poquito de suciedad de pegolete.
Los personajes, sin motivación aparente en la historia, deambulan en una atmósfera decadente que se cuida, con una obstinación casi permanente, en demostrar en cada plano que aquella es la superproducción-comecial-blockbuster-garden-center sin precedentes en la historia del cine español. "Hecha con ordenadores y la hostia" según uno de sus productores. Áragon, hijo de Arazorn, incluido.
Entre los diálogos desordenados de cinco bestsellers de los meses de verano (¡¡maldición, la próxima será La sombra del viento!!) se atropellan un sinfín de temas que crean un batiburrillo que desorienta al espectador, detiene la evolución de los personajes y, lo que es peor, deja inservible el desarrollo de las acciones que se van sucediendo. La única explicación razonable es encontrar unas declaraciones del mismo productor denunciando que Pérez Reverte había vendido al Corte Inglés los derechos de las partes más jugosas del guión.
Escarbando con guantes entre los actores, al oficio que se les supone a Javier Cámara (Olivares), Juan Echanove (Quevedo) y Eduard Fernández (hace de amigo del protagonista), hay que anteponerle la torpe actuación de los Noriega, Ugalde, Pérez de Ayala, Portillo (no sé si también aparecían Penélope Cruz y Elsa Pataky), y la siempre insufrible Ariadna Gil (¡¿no existen más actrices?!). Ah, como era la gran superproducción española, la elección de actores se nutrió de la abaleada corte de actores cool. Tipos más acostumbrados al plató de televisión que a la tabla del escenario. Muchos de los actores más célebres del cine español moderno carecen de expresividad, de dicción y de carisma. Cualidades demasiado importantes para que falten en un reparto. Juro que tardé más de diez minutos en reconocer que Noriega no hablaba en catalán y siempre temí que en algún lance de la yimcana, se le distinguiera el calzoncillo Calvin Klein a Ugalde por debajo de la capa. Una tos de Fernán Gómez sobraría como réplica en sus diálogos. Como dijo Al en el Savoy, "muchacho, en algunos casos valdría la pena el esfuerzo estatal de subvencionar pelis para que los actores de moda se apartasen del plano y así pudiéramos ver mejor sus propias escenas."
Por lo demás, a pesar de que los personajes recitan algunas frases célebres que les achacan los historiadores, deben evitar tomar este largometraje como fuente histórica. Son personajes de relleno que contextualizan la acción para darle lustre histórico, sin embargo, están hechos con nebulizador. Para empezar, el rey no era un mindundi como lo insinúan. Felipe IV (1621-1665) tenía una personalidad verdaderamente fuerte. No era, con mucho, el pintamonas que nos retratan en la historia. Este monarca sucedió a su padre a los dieciséis años y tuvo una educación cultivada. Era capaz de tomar decisiones en los asuntos de gobierno. Sería un error verle únicamente como un insensible y un mujeriego. Por ejemplo, en 1644, a la muerte de su primera mujer, Isabel de Borbón, dejó escrito este comentario que revela la intensidad de su carácter: "He perdido mujer, consejera y compañera, y pues no he muerto de dolor, debo ser de bronce".
Por estas razones, la cinta, hay que decirlo, es mala. Tirando a espesa. No tiene imaginación, ni intriga, ni emoción. Naufraga en un mar de torpezas. En fin, será sin duda un buen argumento para los que ya preconizan la palpable falta de imaginación que arrastra desde hace algún tiempo el cine español.

Invitado: Guillermo T. Coyote

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